Clark Ashton Smith
Evagh
el mago, que vivía al borde del mar boreal, conocía muchos de los portentos
extraños y anacrónicos que tenían lugar hacia mediados del verano. Gélido era
el sol que ardía sobre Mhu Thulan desde un cielo límpido y pálido como el
hielo. Al atardecer, la aurora descendía del cenit hasta la tierra como un velo
en la cámara sagrada de los dioses. Pocas y raras eran las amapolas y pequeñas
las anémonas que crecían en los valles ocultos por los precipicios, detrás de
la casa de Evagh, y las frutas de su jardín vallado tenían la piel pálida y el
corazón verde. De día contemplaba la huida, impropia para la época, de grandes
bandadas de faisanes que se dirigían hacia el sur, procedentes de las islas que
se encuentran más allá de Mhu Thulan y de noche escuchaba el clamor de otras
bandadas.
Pero
Evagh estaba preocupado por tales acontecimientos, ya que su magia no podía
interpretarlos en su totalidad. Los toscos pescadores de la costa, que
habitaban el puerto debajo de la morada de Evagh, también se sentían
preocupados a su manera. A lo largo del verano habían salido todos los días
canoas de cuero de ciervo y troncos de sauce para echar sus redes, pero al
retirarlas sólo sacaban peces muertos, reventados por el fuego o por un frío
intenso, y a causa de ello, con el deslizar del verano, eran pocos los que se
molestaban en salir a la mar.
Entonces,
y procedente del norte, adonde se dirigen los navíos de Cerngoth para recorrer
las islas árticas, llegó deslizándose una galera cuyos remos estaban parados y
el timón carecía de guía. La marea empujó la galera entre los barcos de los
pescadores sobre las arenas, bajo la casa de Evagh, que se alzaba en el
acantilado. Rodeándola, los pescadores contemplaron a sus remeros inmóviles en
los remos y a su capitán en el timón. Pero sus rostros y manos eran tan blancos
como los de los leprosos, y las pupilas se habían difuminado, confundiéndose
con la del blanco de sus ojos abiertos, y todos ellos reflejaban un gran horror,
tan profundo como el hielo que se congela en el fondo de los lagos.
Los
pescadores temían tocar a los muertos y murmuraban diciendo que había caído una
maldición sobre el mar, y todas las cosas y hombres con él relacionados. Pero
Evagh, pensando que los cuerpos se pudrirían al sol llenando el aire de olores
pestilentes, les encargó que levantasen una pila de madera seca cerca de la
galera. Cuando dicha pila adquirió la altura del castillo, escondiendo a los
remeros muertos, le prendió fuego con sus propias manos. Las llamas alcanzaron
una gran altura y el humo se elevaba tan negro como una nube de tormenta,
soplando en montoncillos. Pero cuando se apagó el fuego, los cuerpos de los
remeros seguían sentados entre los bancos ardidos, y sus brazos permanecían
estirados en posición de remar, con los dedos cerrados, aunque los remos se
habían deshecho en cenizas. El capitán de la galera seguía inmóvil, de pie ante
lo que antes fuera timón, ahora quemado sobre la cubierta. El fuego había
consumido todo salvo los cuerpos, que brillaban como mármol blanco sobre la
escoria de madera, sin presentar ninguna mancha negra ni ninguna huella de
fuego.
Considerando
el fenómeno como un prodigio de mal agüero, los pescadores quedaron
estupefactos y huyeron raudos a las rocas más altas. Pero el hechicero Evagh
esperó a que se enfriasen las brasas. Estas se oscurecieron rápidamente, pero
siguió saliendo humo durante todo el mediodía y por la tarde, y cuando llegó el
anochecer todavía estaban demasiado calientes para tocarlas. En vista de ello,
Evagh cogió agua del mar en grandes jarras y roció con ella las cenizas y las
brasas de manera que pudiese acercarse a los cadáveres. Cuando cesaron el humo
y el chisporroteo se adelantó, y a medida que se aproximaba a los cadáveres
tenía la sensación de un frío intenso, un frío que se apoderaba de sus manos y
orejas, introduciéndose a través de su capa de pieles. Cuando llegó cerca tocó
uno de los cuerpos con la punta de su dedo índice, y aunque lo retiró
inmediatamente, sintió como si lo cruzase una llamarada de fuego.
Evagh
no cabía en sí de asombro: la condición de dichos cadáveres le resultó
desconocida hasta entonces, y no había nada en toda su ciencia mágica que
pudiera ilustrarle en este sentido. Al volver a su casa aquella tarde quemó en
cada una de las ventanas y puertas los talismanes más ofensivos para los
demonios del norte. Acto seguido releyó con todo cuidado los escritos de Pnom,
donde se explican numerosos exorcismos de gran efectividad contra los espíritus
blancos del polo. Al parecer, eran estos espíritus los que habían dejado caer
su poder sobre la tripulación de la galera, y a él no le quedaba más remedio
que enterarse del alcance de dicho poder. Aunque en la habitación ardía un buen
fuego, a base de hermosos troncos de pino y eucalipto, hacia medianoche comenzó
a invadirla un mortífero frío. Los dedos de Evagh se entorpecieron sobre las
páginas de pergamino, de manera que casi no podía ni moverlas. El frío se hizo
más intenso, disminuyendo la circulación de su sangre como si fuera hielo puro,
y sintió sobre su rostro el aliento de un viento gélido. Sin embargo, las
pesadas puertas y las ventanas de sólidos paneles estaban perfectamente
cerradas, mientras en el interior el fuego ardía con todas sus fuerzas, sin
necesidad de volverlo a cargar.
Entonces,
con ojos cuyos párpados se endurecían, Evagh vio cómo la habitación se
iluminaba con una luz que penetraba por las ventanas orientadas hacia el norte.
Pálida era la luz y llegaba a la habitación en un rayo enorme que caía directamente
donde se encontraba sentado. La luz cruzó sus ojos con una brillantez helada y
el frío se hizo más crudo con el resplandor; el viento silbó fuera de la luz, y
ya no parecía aire, sino un elemento extraño, tan irrespirable como el éter. En
vano, y con la mente entorpecida, luchó por recordar los exorcismos de Pnom;
pero su aliento le ahogó en el viento afilado como un cuchillo y cayó en una
especie de sopor muy próximo a la muerte. Le pareció oír voces que murmuraban
encantamientos desconocidos, mientras que la luz cegadora y el éter le embebían
flotando como una marea en su derredor. Al poco tiempo tuvo la sensación de que
sus ojos y su carne se iban acostumbrando; y pudo volver a respirar, y su
sangre corrió de nuevo por sus venas, y el sopor se disipó, y se levantó como
si regresase de la muerte.
La
extraña luz caía sobre él con todas sus fuerzas a través de las ventanas; pero
el entumecimiento del frío había desaparecido de sus miembros y ya no sentía el
frescor propio de las últimas noches del estío Al mirar por una de las ventanas
contempló un espectáculo inusitado: en el puerto se encontraba un iceberg como
ningún barco había visto hasta entonces en su navegar por el norte. Llenaba el
amplio puerto de orilla a orilla y se elevaba hasta una altura inconmensurable
con escarpados superpuestos y precipicios profundos; sus cumbres colgaban como
torres en el cenit. Era más grande y más alto que la montaña Yarak, que
delimita la frontera con el polo boreal, y desde su cúspide despedía un
resplandor helado, más pálido y más brillante que la luz de la luna llena. Al
pie del iceberg, en la orilla, quedaban los restos carbonizados de la galera, y
entre los mismos podían distinguirse los cadáveres incombustibles. A lo largo
de las playas arenosas y de las rocas había pescadores caídos o todavía en pie,
en posturas rígidas y quietas, como si hubieran descendido hasta la orilla para
contemplar al gran iceberg y sucumbido a un sueño mágico. Y todo, desde el
puerto y la playa hasta el jardín de Evagh, resplandecía pálidamente, como si
estuviera bajo un grueso manto de hielo.
Consciente
de una gran maravilla, Evagh sintió deseos de salir de su casa; pero aún no
había dado tres pasos cuando sintió que se entorpecían todos sus miembros,
mientras un sueño profundo invadía sus sentidos, allí mismo donde se
encontraba. Cuando despertó el sol brillaba en lo alto. Al mirar afuera fue
testigo de otra nueva maravilla: ya no podía distinguir ni su jardín, ni las
rocas, ni la playa. En su lugar sólo quedaban plataformas lisas de hielo que
rodeaban su casa, con altos picachos. Más allá del hielo pudo ver un mar muy
lejano, y más allá del mismo, una playa triste y confusa. Entonces, Evagh se
sintió lleno de miedo, al reconocer en cuanto veía los resultados de una magia
fuera del poder de los magos mortales. Estaba seguro que su sólida casa de
piedra ya no se encontraba en la costa de Mhu Thulan, sino sobre alguna cresta
superior del enorme iceberg que contemplara la noche anterior. Temblando, se
arrodilló y rezó a los Antiguos, que habitaban secretamente en cavernas
subterráneas, o bajo el mar, o en espacios extraterrestres. Mientras rezaba oyó
unos golpes fuertes sobre la puerta.
No
sin temor, se levantó y abrió el portal. Ante él se encontraban dos hombres, de
rostro extraño y piel brillante, cuyas capas se asemejaban a las que
acostumbran a llevar los magos, con letras entrelazadas. Dichos caracteres eran
bastos y desconocidos, pero cuando los hombres le hablaron comprendió parte de
su lengua, un dialecto de las islas hyperbóreas.
—Servimos
al Ser Exterior cuyo nombre es Rlim Shaikorth —dijeron—. Procedente de espacios
más allá del norte ha llegado en su ciudadela flotante, la montaña de hielo
Yikilth, de donde brota un frío extremado y un resplandor pálido que quema la
carne humana. Sólo nos ha respetado a nosotros de entre todos los habitantes de
la isla Thulask, acomodando nuestro cuerpo al rigor de su morada, haciendo
respirable para nosotros un aire insoportable para cualquier mortal y
llevándonos consigo a lo largo de su travesía en Yikilth. También tú has sido
respetado y aclimatado mediante sus encantamientos al frío y al éter. Saludos,
oh Evagh, a quien consideramos un gran mago, ya que sólo los hechiceros más
poderosos son elegidos y perdonados.
Evagh
no salía de su asombro; pero al ver que tenía que entendérselas con hombres
como él, interrogó detenidamente a los dos magos de Thulask. Se llamaban Dooni
y Ux Loddhan respectivamente, y hablaban con respeto de los viejos dioses. Nada
podían decirle sobre Rlim Shaikorth, pero le confesaron que su servicio para
con dicho ser era igual a la adoración y culto que se rinden a un dios, junto
con el rechazo de cuantos lazos le unieran hasta entonces con la humanidad.
También le dijeron a Evagh que debía partir con ellos inmediatamente, llegar a
la presencia de Rlim Shaikorth y realizar el ritual acostumbrado de obediencia
y acatamiento del lazo señor—siervo. Evagh acompañó a los thulaskianos, quienes
le condujeron hasta el pico más alto de hielo, sobre el que caían impotentes
los rayos del sol. Dicho pico estaba hueco; descendiendo por unas escaleras de
hielo, llegaron por fin a la cámara de Rlim Shaikorth, de planta circular
abovedada, y con un bloque redondo en el centro formando un trono.
Al
ver lo que ocupaba el trono, el pulso de Evagh se paralizó durante un instante
por el terror; después de la primera sensación de miedo, se le revolvió el
estómago de puro asco y repugnancia. Nada en el mundo podía compararse por su
fealdad a Rlim Shaikorth. En cierto modo se parecía a un gusano gordo y blanco,
pero su tamaño superaba con creces el de un elefante marino. Su cola, medio
enroscada, era tan gruesa como los pliegues centrales de su cuerpo, y la parte
frontal del mismo se elevaba del trono hacia arriba formando un disco blanco sobre
el cual estaban impresos algunos rasgos. En lo que podría llamarse rostro,
observábase una boca curva tan ancha como el disco, que se abría y se cerraba
incesantemente dejando ver una cavidad pálida exenta de lengua y de dientes.
Las cuencas de los ojos estaban muy juntas, encima de las profundas aletas de
la nariz; pero dichas cuencas se hallaban vacías, y en vez de ojos aparecían de
cuando en cuando glóbulos de una sustancia sanguinolenta, que se desparramaba
delante del trono. Del suelo helado ascendían dos masas parecidas a las
estalagmitas, oscuras y de color granate, que se habían formado con el incesante
chorrear de los glóbulos.
Dooni
y Ux Loddhan se postraron, y Evagh creyó oportuno imitarlos. Mientras
permanecía tendido sobre el hielo oyó cómo caían las gotas rojas con el mismo
ruido que el de gruesas láminas; entonces le pareció oír una voz que llegaba
desde la cúpula, y la voz se parecía al sonido de una catarata oculta en un glaciar
hueco lleno de cavernas.
—Oh
Evagh —dijo la voz—, te he conservado de la desdicha de los demás, haciéndote
igual a los que habitan dentro de las fronteras del frío y respiran el vacío
sin aire. Tuya será la sabiduría eterna, y el dominio inalcanzable para los
mortales, si me adoras y te conviertes en mi servidor. Viajarás conmigo por los
reinos y las islas de la tierra y contemplarás cómo cae sobre ellos la blanca
muerte que despide la luz de Yikilth. Nuestra llegada llevará una helada
perpetua a sus jardines, infligiendo en la carne de la gente el rigor de los
golfos transárticos. Y todo esto lo verás tú mismo, como si fueras uno de los
señores de la muerte, sobrenatural e inmortal; y al final regresarás conmigo al
mundo que se extiende más allá del polo, donde se encuentra mi imperio.
Al
ver que no tenía opción alguna, Evagh declaró estar dispuesto a rendir culto y
servicio al gusano pálido. Siguiendo las instrucciones de sus colegas, realizó
los ritos impropios de ser narrados, y juró el voto de servidumbre. La travesía
fue muy extraña, ya que al parecer el gran iceberg se movía por magia,
superando toda clase de vientos y mareas. A medida que avanzaban les precedía
el gélido resplandor que emanaba de Yikilth. Alcanzaron grandes galeras, cuyas
tripulaciones quedaron congeladas en los remos. Los alegres puertos
hyperbóreos, activos con el tráfico marítimo, se paralizaban a la llegada del
iceberg. Calles y muelles quedaban inactivos y era nulo el ajetreo habitual en
los puertos cuando llegaba la luz pálida. Los rayos alcanzaban las zonas del
interior llevando a los campos y a los jardines una helada más duradera que el
propio invierno; se helaban los bosques, y las bestias que pastaban se
convenían en estatuas de mármol, de manera que los hombres que llegaron años
después se encontraron a los ciervos, osos y mamuts en las posturas que tenían
en el momento de morir. Pero Evagh, sentado en su casa o caminando por el
iceberg, no sentía más frío que el propio de los crepúsculos estivales.
Además
de Dooni y Ux Loddhan había otros cinco magos que viajaban con Evagh, escogidos
igualmente por Rlim Shaikorth y transportados con sus casas al iceberg mediante
encantamientos desconocidos. Eran extranjeros, llamados polarianos, y procedían
de islas más próximas al polo que la gran Thulask. Evagh no terminaba de
comprender sus costumbres, su magia le era extraña y su lengua incomprensible,
al igual que para los thulaskianos. Los ocho magos encontraban cada día sobre
sus mesas todo lo necesario para la subsistencia humana, aunque desconocían al
suministrador. Lo que les unía era la adoración al gusano. Pero Evagh estaba
intranquilo en su fuero interno, al contemplar la desgracia que conllevaba la
aparición de Yikilth en ciudades maravillosas y zonas costeras muy productivas.
No sin pena, observó la congelación de la florida Cerngoth, y la quietud que se
apresuró de las ruidosas calles de Leqquan, y la helada que repentinamente cayó
sobre las vegas y huertas del valle marítimo de Aguil.
El
gran iceberg continuaba su viaje hacia el sur, llevando consigo el invierno
mortal a tierras donde el sol estival lucía intensamente. Y Evagh se guardó
para sí mismo sus pensamientos, siguiendo en todo las costumbres de los demás.
A intervalos regulados por los cambios de las estrellas circumpolares, los
magos ascendían hasta la cámara donde Rlim Shaikorth residía continuamente,
medio enroscado sobre su trono de hielo. Una vez allí, y siguiendo un ritual
cuya cadencia se correspondía con la caída de las lágrimas en forma de ojo, y
con genuflexiones acordes con los bostezos de la boca del gusano, rendían a
Rlim Shaikorth la adoración exigida. Y Evagh aprendió de los demás que el
gusano dormía durante cierto tiempo cada vez que se oscurecía la luna; y sólo
entonces cesaban de caer las lágrimas sanguinolentas y los bostezos.
A
la tercera repetición de los ritos, sólo siete magos subieron a la torre. Al
contarlos, Evagh se dio cuenta que el que faltaba era uno de los cinco
extranjeros. Más tarde interrogó a Dooni y a Ux Loddhan e hizo signos de
interrogación a los cuatro norteños; pero al parecer la suerte del mago que
faltaba constituía igualmente un misterio para ellos. Ni le habían visto ni
oído: después de mucho meditar, Evagh se sintió muy intranquilo. Dicha
inquietud se debía a que durante la ceremonia en la cámara de la torre le había
parecido que el gusano estaba más grueso que la vez anterior. Discretamente
preguntó a los thulaskianos qué clase de alimentos necesitaba Rlim Shaikorth.
En este sentido, ninguno se ponía de acuerdo, ya que Ux Loddhan mantenía que el
gusano se nutría con los corazones de los blancos osos polares, mientras que
Dooni juraba que su alimento consistía en el hígado de las ballenas. Pero, en
conjunto, coincidían en que el gusano no había comido durante su estancia sobre
el Yikilth.
Pero
el iceberg continuaba su camino bajo el ardiente sol; y una vez más, en la
fecha señalada por las estrellas, es decir, cada dos días, los magos acudían a
la presencia del gusano. Ahora sólo quedaban seis, y el hechicero que faltaba
era otro extranjero. El gusano estaba más gordo aún que la vez anterior,
engordando visiblemente desde la cabeza hasta la cola. En esta ocasión, y
utilizando cada uno su propia lengua, los seis magos restantes imploraron al
gusano que les explicase la suerte corrida por sus dos compañeros ausentes. Y
el gusano contestó, y su lenguaje era comprensible para todos, y cada uno
pensaba que le hablaba en su propio idioma:
—Esto
es un misterio, pero seréis informados a vuestro debido tiempo. Sabed esto: los
dos que han desaparecido están presentes; y tanto ellos como vosotros
disfrutaréis por igual de las riquezas ultramundanas y del imperio de Rlim
Shaikorth, como os he prometido.
Cuando
descendieron de la torre, Evagh y los dos thulaskianos discutieron acerca de la
interpretación de dicha respuesta. Evagh mantenía que sus compañeros
desaparecidos sólo estaban presentes desde el estómago del gusano; pero los
otros sostenían que dichos hombres habían sufrido una transformación más
mística, y se encontraban elevados por encima de la vista y el oído humanos. A
partir de entonces comenzaron a prepararse con oraciones y ayuno para la
sublime apoteosis que, según creían, les llegaría a su vez. Pero Evagh no podía
confiar en las promesas confusas del gusano, y la duda y el temor aumentaron en
su ánimo.
Con
esperanza de encontrar alguna huella de los polarianos perdidos para mitigar su
incertidumbre, realizó una búsqueda a fondo por el gran iceberg, donde tanto su
casa como las de los demás hechiceros estaban colgadas, al igual que las
diminutas cabañas de los pescadores, sobre los acantilados. Nadie le acompañó
en su búsqueda, por temor a desagradar al gusano. Deambuló de una punta a la
otra y escaló los peligrosos escarpados de hielo; descendió por los precipicios
y penetró en las cuevas donde el sol no llega, y cuya única luz era el extraño
brillo que se desprendía del hielo. Empotradas en las paredes, como si
estuvieran incrustadas en la roca madre, vio casas como nunca las construyera
el hombre, y navíos que bien podían pertenecer a otras edades y a otros mundos;
pero en ninguna parte pudo detectar la presencia de criaturas vivas, y ningún
espíritu o sombra respondió a sus llamadas.
En
consecuencia, Evagh temía aún la traición del gusano, por lo que decidió
permanecer despierto la noche anterior a la siguiente celebración de los ritos
de adoración. La víspera de dicha noche se aseguró que los otros magos se
hallaban en sus respectivas casas, hasta cinco; entonces se propuso vigilar sin
remisión la entrada a la torre de Rlim Shaikorth, perfectamente visible desde
sus propias ventanas. La luz que despedía el gran iceberg en la oscuridad era
extraña y fría, desparramando un sinfín de estrellas heladas. La luna apareció
muy pronto sobre el mar oriental. Pero Evagh, firme en su vigilia desde su
ventana hasta bien entrada la medianoche, no vio forma alguna que saliese o
entrase a la torre. A medianoche cayó súbitamente presa de un gran sopor, y no
pudiendo mantener la vigilancia por más tiempo, durmió profundamente durante el
resto de la noche. Al día siguiente sólo quedaban cuatro magos, quienes se
reunieron en la cámara de hielo para tributar el acostumbrado homenaje a Rlim
Shaikorth. Evagh observó que otros dos extranjeros, hombres de menos estatura y
tamaño que sus compañeros, también faltaban.
Uno
tras otro desaparecieron los compañeros de Evagh las vísperas de las noches
prescritas para la ceremonia de adoración. La siguiente víctima fue el último
polariano; y llegó un momento en que sólo fueron a la torre Evagh, Ux Loddhan y
Dooni, pero luego Evagh y Ux Loddhan fueron los únicos en acudir. El terror de
Evagh aumentaba diariamente y se habría lanzado al mar desde Yikilth si Ux
Loddhan, adivinando su intención, no le hubiera advertido que ningún hombre
podía escaparse de allí y seguir viviendo después en el calor solar, respirando
el aire terrenal, cuando ya estaba acostumbrado al frío y al intangible éter.
Llegó el momento en que la luna se oscureció completamente, y Evagh llegó ante
Rlim Shaikorth preso de una gran agitación. Cuando penetró en la bóveda, con
los ojos humillados, advirtió que era el único adorador. El miedo le paralizaba
mientras rendía obediencia, y apenas se atrevía a elevar la vista y contemplar
al gusano. Pero poco después, al iniciar las genuflexiones de rigor, pudo
observar que las lágrimas rojas de Rlim Shaikorth ya no caían sobre las
estalagmitas granates; tampoco se oía ruido alguno, como el que acostumbraba a
hacer el gusano con sus perpetuos abrir y cerrar de boca. Por último, Evagh se
atrevió a levantar la vista, y pudo observar que la masa hinchada del monstruo
desbordaba por completo el borde del trono, cayendo por los lados del mismo;
además, tanto la boca como las cuencas de los ojos estaban completamente
cerradas. Entonces se acordó de lo que le dijeran los magos de Thulask: el
gusano dormía durante cierto tiempo cada vez que se oscurecía la luna.
Pero
Evagh estaba desconcertado: los ritos que le habían enseñado sólo se podían
realizar mientras cayesen las lágrimas de Rlim Shaikorth y su boca se abriese y
cerrase alternativa y rítmicamente. Nadie le había dicho cuáles eran los ritos
adecuados cuando el gusano dormía. Tan grande era su incertidumbre, que dijo
suavemente:
—¡Despertaos,
oh Rlim Shaikorth!
Como
respuesta, le pareció oír una multitud de voces que procedían oscuramente de la
pálida masa que tenía ante sí. El sonido de las voces le llegaba amortiguado,
pero pudo distinguir los acentos de Dooni y de Ux Loddhan entre un murmullo
denso de palabras desconocidas que identificó con la lengua de los cinco
polarianos, y, al fondo de todo, captó innumerables susurros pertenecientes a
criaturas no terrenales. Y las voces se hicieron más sonoras, produciendo un
clamor parecido al de prisioneros confinados en algún calabozo profundo. Pero
mientras escuchaba preso de asombro y terror, la voz de Dooni se dejó oír por
encima de las demás, y cesó el clamar y el murmullo, como si una multitud se
silenciara para dejar hablar a un portavoz. Y Evagh oyó la voz de Dooni, que
decía:
—El
gusano duerme, pero nosotros, los que hemos sido devorados por él, estamos
despiertos. Nos ha engañado sutilmente, y ha venido a nuestras casas durante la
noche para devorarnos uno a uno mientras dormíamos bajo sus encantamientos. Se
ha comido nuestras almas y nuestros cuerpos, y ahora formamos parte de Rlim
Shaikorth, aunque sólo existamos en un calabozo oscuro y ruidoso. Mientras el
gusano duerme, carecemos de cuerpo separado, ya que estamos inmersos en el
propio ser de Rlim Shaikorth.
—Escucha,
pues, oh Evagh, la verdad que hemos aprendido al formar un sólo ser con el
gusano. Nos ha salvado del sino blanco y nos ha traído a Yikilth por la
siguiente razón: somos los únicos de toda la humanidad que, por ser hechiceros
con grandes dotes y conocimientos, podemos soportar el peligroso cambio al
hielo, y respirar en un ambiente sin aire, y en consecuencia, convertirnos en
un alimento apropiado para él. El gusano es tan poderoso como terrible, y el
lugar de donde procede y al cual regresará no cabe en imaginación humana. El
gusano es todopoderoso, excepto por el hecho de que desconoce el despertar de
los que ha devorado, y la conciencia de los mismos durante su sopor. Pero el
gusano, aunque es más antiguo que la antigüedad misma de los mundos, no es
inmortal, sino vulnerable en una forma muy particular. Quien conozca el momento
y la forma de su vulnerabilidad, y posea los arrestos necesarios, puede darle
muerte fácilmente. Por tanto, te rogamos ahora en nombre de la fe para con los
Antiguos que desenvaines la espada que llevas bajo el manto y la hundas en el
costado de Rlim Shaikorth: así es como puede morir. Ésta es la única manera de
poner fin a la muerte blanca, y de que nosotros, tus colegas, obtengamos la
libertad de nuestro encarcelamiento; y junto con nosotros, son muchos los
traicionados y devorados por el gusano en épocas anteriores y en mundos
lejanos. Además, ésta es la única forma, asimismo, de que te libres de las
fauces del gusano, y no te veas enclaustrado como un fantasma dentro de su
estómago. Pero has de saber, no obstante, que quien dé muerte a Rlim Shaikorth
perecerá a su vez en la empresa.
En
medio de su gran asombro, Evagh interrogó a Dooni, quien le respondió con
rapidez a todas sus preguntas. Aprendió mucho acerca del origen y esencia del gusano,
así como de la forma en que Yikilth había descendido flotando desde los golfos
transpolares para navegar por los mares de la Tierra. A medida que escuchaba,
aumentaba su aborrecimiento, si bien las prácticas de magia negra hacía tiempo
que endurecieran su carne y su alma, permitiéndole soportar sin inmutarse
horrores indescriptibles. Pero enfermaríamos si relatásemos todo lo que oyó y
aprendió. Por último, el silencio invadió la bóveda; Evagh se sentía sin
fuerzas para seguir haciendo preguntas al fantasma de Dooni, y, por su parte,
los que estaban encerrados con este último parecían esperar y mirar con la
quietud de los muertos.
Hombre
de decisión y valentía, Evagh no retrasó por más tiempo su cometido, y
desenvainó de la vaina de marfil la espada de bronce corta y bien templada, que
llevaba en su cinto. Acercándose al trono, hundió la hoja en la hinchada masa
de Rlim Shaikorth. El arma penetró fácilmente, cortando y desgarrando, como si
hubiera tocado un hígado monstruoso donde también cabía el ancho enmangue; por
último, la mano derecha entera de Evagh fue arrastrada dentro de la herida. Por
parte del gusano no pudo apreciar ningún movimiento, si bien de la herida brotó
un torrente de una materia líquida de color negruzco, que fue adquiriendo mayor
rapidez y densidad, hasta que la espada de Evagh quedó atrapada como si
estuviera en un torbellino. Mucho más caliente que la sangre, y despidiendo
extraños vapores humeantes, el liquido empapó sus brazos y ropas. En escasos
minutos, el hielo del suelo estaba completamente cubierto, pero el fluido
seguía brotando como si surgiese de alguna fuente inagotable de suciedad,
desparramándose por doquier y formando charcos y riachuelos.
Evagh
hubiera escapado entonces, pero cuando llegó a la escalera principal el líquido
oscuro seguía subiendo, llegándole hasta los tobillos, precipitándose delante
de él, escaleras abajo, como una catarata. Cada vez estaba más caliente,
hirviendo y burbujeando mientras que la corriente aumentaba, agarrándole y
atrayéndole con garras malignas. No se atrevía a intentar las escaleras hacia
el piso inferior, pero tampoco podía encaramarse a ningún sitio dentro de la
cámara abovedada. Al darse la vuelta, luchando contra la marejada por no perder
pie, pudo ver entre los densos vapores la masa entronizada de Rlim Shaikorth.
La herida se había agrandado prodigiosamente y el vapor salía como si fuera el
agua que se escapa de una tubería rota; pero aun así, y como prueba
indiscutible de la naturaleza sobrenatural del gusano, no por ello había
disminuido lo más mínimo su enorme corpachón. El negro líquido seguía brotando
a grandes borbotones, subiendo rápidamente hasta las rodillas de Evagh; por su
parte, los vapores parecían adoptar la forma de fantasmales sirenas,
retorciéndose y multiplicándose difusamente al pasar por su lado. Entonces,
cuando luchaba en vano por mantenerse en pie, la marea negra le arrastró
violentamente, lanzándole a una muerte segura por los peldaños de hielo, hacia
los profundos abismos.
Ese
mismo día, las tripulaciones de algunos veleros mercantes, que navegaban por el
mar que se extiende al este de la Hyperbórea central, contemplaron un
espectáculo insólito. Al avanzar hacia el norte, de regreso de las lejanas
islas oceánicas y ayudados por un viento favorable, divisaron a la caída de la
tarde un iceberg monstruoso, cuyas cumbres se elevaban tan altas como montañas.
Parte del bloque de hielo brillaba con una luz extraña, mientras que desde el
pico más alto brotaba un torrente tan negro como la tinta: todas las colinas de
hielo y las plataformas inferiores estaban completamente cubiertas de ríos y
cascadas de idéntica negrura, que humeaban como agua hirviendo al lanzarse al
océano; el mar que rodeaba al iceberg estaba nublado y rayado en una enorme
extensión, como si se tratase de una gran cantidad de Líquido negro de los
pulpos.
Los
marineros no se atrevían a acercarse; pero presos de asombro y admiración,
pararon sus remos y permanecieron quietos contemplando el iceberg; además, cesó
el viento, con lo cual sus galeras no pudieron alejarse en todo el día. El
iceberg se balanceó suavemente, derritiéndose como si lo consumiera algún fuego
desconocido; el aire adquirió un calor extraño entre golpes de frío ártico, y
el agua que rodeaba sus barcos se tornó tibia. El hielo se deshacía trozo a
trozo, y las grandes torretas heladas caían en el mar con gran estruendo, hasta
que se desmoronó el pico más alto; pero el líquido negro brotaba aún como de
una fuente inagotable. Los espectadores creyeron ver por un instante casas que
se deslizaban hacia el mar entre restos sueltos, aunque tampoco estaban seguros
a causa de los densos vapores. A la hora del crepúsculo, el iceberg se había
reducido a una masa no mayor que la de un islote de hielo normal; pero la
corriente negra no cesaba; y cuando el iceberg se hundió en su totalidad, la
extraña luz se apagó. A partir de entonces, y dada la ausencia de luz lunar, se
perdió en la oscuridad. Se levantó una galerna, que soplaba con fuerza desde el
sur, y con el amanecer el mar surgió limpio de vestigios.
Referente
a los temas relatados más arriba, son muchas las leyendas que han corrido por
todo Mhu Thulan, así como por todos los reinos hyperboreales y sus
archipiélagos. La verdad no se encuentra en dichos relatos, ya que ningún
hombre ha conocido la verdad hasta ahora. Pero yo, el mago Eibon, convocando
con mi necromancia al espíritu vagabundo de Evagh, he podido enterarme a través
de él de la verdadera historia sobre la llegada del gusano. Y la he escrito en
mi volumen omitiendo únicamente aquello que considero necesario teniendo en
cuenta la debilidad y salud mortales. Y los hombres leerán este informe, muchos
días después de la llegada y deshielo del gran glaciar.
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